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¿CÓMO SOMOS LOS
ARGENTINOS?
1.
Los momentos de
crisis constituyen un acicate para pensar sobre lo que somos, sobre los
factores que nos fueron llevando a la crisis, sobre lo que pudimos o podremos
ser. Una crisis (palabra procedente del verbo griego “krino”: separar,
distinguir) marca un momento decisivo para esclarecer las ideas y tomar
decisiones más lúcidas si nos fuera posible.
Por cierto que no es fácil ser objetivo en los momentos
de crisis. Por ello, conviene tomar como punto de partida y referencia nuestra
historia relativamente reciente, insertos en iberoamérica, y considerar cómo
nos han pensado quienes viviendo en la Argentina no fueron argentinos.
2. El mexicano Leopoldo Zea, realizando
una relectura de autores iberoamericanos, estima que lo típico del pensamiento
filosófico, en estas latitudes, no ha consistido en filosofar en abstracto
sobre la naturaleza del hombre. La identidad
del americano la construye el americano sobre lo concreto y cotidiano.
“Si algo caracteriza a la preocupación por lo
americano es, precisamente, esta conciencia de la accidentalidad de nuestra
cultura y nuestro ser”[1].
El europeo comienza a filosofar buscando el principio
universal de las cosas y de los hombres. Los pensadores americanos creen ser
como todos los hombres -como el hombre universal- porque está preocupado por lo
concreto y temporal. Lo concreto, la diversidad de lo concreto, manifiesta la
esencia de lo humano, su realidad y humanidad concreta “que la pretendida
universalidad del pensamiento europeo negaba a otros hombres”. El europeo,
buscando al hombre en su esencia universal, perdía de vista a los hombres
concretos.
3. La conciencia de lo universal no es más
que la conciencia de lo humano en sus situaciones concretas. Lo esencial de la
filosofía queda salvada, pues, en el americano sin que se pierda lo concreto.
“El problema de la filosofía en América es
precisamente la conciencia de que su existencia es una existencia marginal”[2].
Los europeos, comenzando por Hegel, no han podido ver en
iberoamérica más que primitivismo, y han puesto en duda la humanidad del
iberoamericano. América sajona, por el contrario, fue considerada rápidamente
el futuro de la cultura europea. Muchos europeos, aún hoy, al hablar de América,
solo se refieren a los Estados Unidos de Norteamérica, los cuales parecen encarnar
la imagen ideal de la convivencia social y del confort material.
4. Latinoamérica, por el contrario,
durante casi todo el siglo XX, ha sido considerada como un pueblo aletargado,
sin madurez, blando, en la etapa evolutiva del reptil, fuera del círculo
geográfico de lo importante que sucedía en el mundo.
El filósofo alemán Kéyserling considera a iberoamérica
como un impávido contemplador de la Madre Tierra.
“Toda la intelectualidad
autóctona es pasiva, e impasibles los rostros. La expresión impenetrable,
sorda y ciega, pero al mismo tiempo, asechante y preñada de amenazas, que allí
muestran muchos más hombres de los que puede haber malvados; refleja la mirada
de los anfibios y los reptiles de aquel continente. Hasta el espléndido
entusiasmo que a veces estalla con volcánica violencia en el hombre
sudamericano, tiene algo de reptil. Semeja el brusco impulso del anaconda
real, que después de lanzarse en un salto formidable vuelve en el acto a su
entumecida apatía. Y la primera vez que allí encontré hombres de aspiraciones
espirituales surgió espontáneamente en mi imaginación... el símbolo primordial
mexicano: la serpiente alada”[3].
5. Latinoamérica está enfocada en la Madre
Tierra, aletargada, y no llega tomar
conciencia de lo que ella es para ella misma y, por lo tanto, a tener
identidad. Los hombres que, con heroísmo, forjaron su independencia fueron
pocos, se educaron en su mayoría en Europa o absorbieron sus ideas, y fueron
prontamente si no exiliados, olvidados. El resto siguió lidiando, intermitentemente
entre ellos como los cuando se los molesta y se desea removerlos de su lugar.
Latinoamérica ha parecido a los pensadores europeos un
pueblo joven, un nuevo mundo, “con un infantilismo orgánico incurable”, según
la expresión de Antonello Gerbi[4].
Raramente -si exceptuamos al algunos pocos intelectuales- los europeos no
hicieron gran esfuerzo por comprender a los iberoamericanos. Menos aún, por
cierto, lo intentaron con los africanos, más cercanos a ellos. Lo que les
interesó fue lo que pudieron llevarse de estas tierras, como ya la afirmaba
Cristobal Colón en sus famosas cartas. A veces, justificaron su conducta con el
pretexto de civilizarlos y dejarles a cambio ideas religiosas[5].
No es raro entonces pensar que la identificación del
iberoamericano ha sido tarea difícil. Se le abrían dos caminos: o aceptarse
como vencido, o imitar al vencedor por su poder pero envilecido por su
mezquindad. La tercera vía, la más dura, consistía en creer en su propio valer,
en crear o revivir sus propios valores, no los de los hombres “cultos”
europeos. Y eso es lo que hizo la mayoría callada de los iberoamericanos, viviendo en sus humildes chozas la alegría
del sol diario, sin dejarnos grandes escritos o monumentos para recordación
de su grandeza y cultura. Aquí yace la
identidad oculta del
iberoamericano, que tanto fastidia al europeo o al norteamericano que la tilda
de indolente e improductiva.
No hay ser que no tenga su identidad propia, como no hay
A que no sea igual a A; quien no la ve es porque -cegado con la suya- no puede
ver la ajena, o viéndola, la niega como tal. Pizarro y Cortez -paradigmas de
los conquistadores- no vinieron a contemplar las antiguas civilizaciones
indias, sino a llevarse sus riquezas, con astucia, violencia y sangre, en
nombre de la civilización europea. Difícilmente el iberoamericano podría
identificarse con ellos, a no ser los que desearan ser como ellos.
11. El culto a la personalidad genera un
mundo estructuralmente inseguro, lleno de zozobras, a merced de la mirada del
caudillo y de su mecenazgo. En consecuencia, las sociedades latinoamericanas
son sociedades con relaciones de conveniencias, de parentesco, de amistad o
enemistad. “Sociedades cuyas leyes y legislaciones no hacen sino encubrir
situaciones de hecho que han sido originadas por voluntades concretas”[14].
En estas sociedades la burocracia legal es eludida por la “coima” o la
“mordida”. Los funcionarios no vigilan el orden social, sino la relación
concreta entre las personas. No investigan los delitos, sino a quienes
denuncian un delito, sobre todo económico.
Pasada la fiebre del oro fácil, tras el cual recorrieron
América Latina los conquistadores, y pasado el período colonial de asentamiento
y letargo, los intelectuales sudamericanos ven en Europa países poblados y
capitalizados con la industria. Nuevamente es
el ansia de dinero lo que se pone por encima de las personas; nuevamente,
casi por instinto latinoamericano, es el
Estado que decide sobre los individuos. No pocos, mirando ese espejo, se
identifican con él, y desean, con el fin de capitalizar, trocar el agro por la
industria; y, sin esto no es posible, potenciar lo vendible del agro.
“Lo que llamamos nuestra
riqueza natural, la riqueza de nuestro suelo, es el caudal de las cosas que sirven
para la riqueza, después que reciban del trabajo humano un valor que les dé la
capacidad de ser cambiados por otras cosas de valor cambiable igualmente.
Así lo que falta en América es la riqueza de
Europa, porque la riqueza de América está por crearse y existir. Esto
significa la falta de capitales, que la Constitución argentina manda llamar y
atraer... El capital es esa clase de riqueza ocupada activamente en crear y
producir otras riquezas”[15].
En Iberoamérica, más que sociedades (regida por la ley)
hay comunidades (con relaciones de amistad), nos encontramos con que cada
hombre no es un hombre en abstracto, igual ante la ley, sino un hombre concreto
con relaciones particulares, personales, con los demás (amigo del presidente,
del ministro, de la familia tal o cual, del estanciero con bienes también en
las metrópolis europeas). Mas la
desconfianza, la indiferencia y el escepticismo de los iberoamericanos le deben
mucho a sus Estados, que prometen y no cumplen, que como padres
prostituidos, con cinismo, exigen moralidad y respeto a sus hijos.
Un partido no parece valer más que otro, sino por la
conveniencia y cercanía con su jefe y sus beneficios reales o posibles. Lo que
importa, pues, es la identidad de cada
cual pero por referencia a las personalidades o caudillos, en cuanto
parecen ser el único punto estable de referencia social. Nada, a parte de esto,
es digno de tomarse en cuenta. En Norteamérica, las instituciones -por
ejemplo, las universidades- están en función de capacitar a los individuos
para una tarea principalmente técnica, y sostenidas por los individuos
particulares. En América Latina, en la lectura de L. Zea, las instituciones
universitarias públicas son frecuentemente políticas, feudos de amigos o
enemigos, y sostenidas en gran parte por las opciones políticas, centros de
apoyo o de resistencia política. Ello no quita que asumieran primero el positivismo como marco filosófico que
independizara las mentes, en búsqueda de objetividad y mesura[16];
y luego -defraudados por la apoliticidad del positivismo- esgrimieran la dialéctica -en la cual se encuadraría a
la ciencia- como medio que uniera, en intentos teóricos de superación, los
polos más contrarios.
Por ello, no es de extrañar que la identidad individual del iberoamericano sea impensable sin la identidad social y política en la cual
necesariamente se inserta, como marco referencial necesario.
12. En las últimas décadas, no obstante,
América Latina, ante los macros conflictos mundiales, ha buscado identificarse.
Dos eran las grandes opciones: liberalismo norteamericano o socialismo ruso.
Ante ellas, no pocos iberoamericanos levantaron las banderas del Tercer Mundo:
socialismo humanista. La experiencia cubana del socialismo filorruso, realizada
en el contexto del caudillaje de Fidel Castro, ha quedado cercada con el
bloqueo continental y su experiencia no se ha expandido, no obstante el
intento fallido del Che Guevara en Bolivia, por la presencia técnico-militar
antiguerilla Norteamericana.
La opción tercermundista, pues, por diversas causas -pero
en particular por la presencia de golpes e intervenciones militares y por el
consecuente acrecentamiento de la deuda pública y externa, nacional o
nacionalizada- no pudo fraguarse en el continente iberoamericano y éste a
quedado, en gran parte, -con la complicidad de los mismos sudamericanos- preso
de los capitales extranjeros. Sus caudillos, queridos o no, pasaron al
anonimato de las bolsas del comercio financiero y se han trasladado al
extranjero. Una vez más, la posibilidades de lograr una identidad
latinoamericana, reflexionando sobre si misma, ha quedado postergada. El empuje
de la globalización de los estilos de vida y de la economía parece hacer más
aceptable esa inevitable dependencia y postergación[17].
Sin embargo, esto se da con matices: México se aferra a Norteamérica y Canada,
alejándose de los conflictos latinoamericanos; Brasil, a su vez, toma distancia
de los países que hasta hace poco prometían constituir el Mercosur; Uruguay se
distancia de sus dos vecinos, Argentina y Brasil, y apela al apoyo
Norteamericano. Resurgen las individualidades que habían estado latentes por
algún tiempo.
Hoy ha desaparecido la posibilidad de elegir entre Rusia
o Norteamérica. Los gobiernos militares iberoamericanos de la segunda parte del
siglo XX inclinaron la balanza hacia Norteamérica. Las poblaciones
iberoamericanas, sin embargo, parecen sentirse culturalmente más cómodas
mirando a Europa, en donde encuentras sus raíces.
13. Quizás nuestra identidad no puede surgir
sino de nuestra capacidad para enfrentarnos a nuestros problemas y poder
controlarlos, tomando conciencia de que sus dificultades no están solamente
afuera, sino más bien dentro de ella misma.
El iberoamericano, conquistado, colonizado, y vuelto a ser
dominado financieramente, ya no puede seguir creyendo que él es importante y
que será salvado desde el exterior. Iberoamérica ha sido una región perisférica
para la cultura y la economía mundial. Pero, además de todo ello, la apetencia
de fortuna y posición social de la personalidad individualista iberoamericana
lo convierte en un potencial enemigo de su vecino.
14. Bajo la aparente y efímera sensibilidad
para con el prójimo sufriente, el iberoamericano no es capaz de creer en el
egoísmo que lo consume: no descubre en sí mismo lo que es el iberoamericano,
se le escapa el alma interior. Aparentemente benévolo, cordial, jovial,
paciente, se esconde para el mismo el egocentrismo inseguro de su ser, buscador
de apoyo en los caudillos políticos, los cuales no son, por cierto, mejores que
él mismo, aunque parezcan serlo[18].
América Latina no
llega a tener conciencia de su identidad social porque no llega a tomar
conciencia de la diferencia existente entre la apariencia y la realidad que
ella es: de su gente, de sus intenciones, de sus aparentes y de sus secretas
realizaciones, de las promesas
proselitistas de sus líderes y de sus promesas siempre incumplidas, donde ha
primado la corrupción de todas las instituciones y el amiguismo[19].
Desde la pobreza, empobrecidos por nosotros mismos, nos espera la tarea de
descubrir nuestra dura y cruel realidad y desde ella iniciar el proyecto de lo
que podamos ser, sin identificarnos ya más con los otros, sean extranjeros o
promesas de gobernantes caudillos. La amistad no es un justificativo para
olvidarnos del egoísmo humano[20].
“Recién ahora se inicia una analítica de lo que
realmente nos ocurre, y para esto habrá que sortear las contradicciones que los
otros nos plantean”[21].
Es por el sufrimiento y la enajenación, que impone la
dominación, que el hombre termina por tomar
conciencia de lo que es, de lo que ha llegado a ser, en una palabra, de su identidad[22]:
de lo que es en el transcurso de su tiempo y de su espacio, de lo que ha debido
cambiar y de la memoria que en él permanece de lo que ha sido y de lo que ha
podido ser, si -como iberoamericano- se hubiese conocido mejor y cuidado mejor por sí mismo y desde sí mismo, uniendo a la libertad la responsabilidad,
uniendo a sus sentimientos de amistad y solidaridad, el control de la gestión social,
política y económica, realizada por sus caudillos de turno, tratando de
suprimir la corrupción.
15. José Ortega y Gasset (1883-1955) nos ha
dejado su modo de ver el ser típico de los argentinos y de la nación argentina
en la que vivió repetidamente. Ortega se referirá al hombre típico, que él encontró en las grandes ciudades Argentina,
y quedan, por tanto, salvadas las excepciones, en particular, el modo de ser
del criollo y del indio.
El argentino típico es el resultado de la mezcla del criollo con el emigrante.
Con la ola emigratoria cambia en sentido de Argentina: ella parece dejar por
un tiempo su letargo de relativa calma espiritual y vuelve a los motivos que
tuvieron numerosos conquistadores: el argentum,
el ansia de posesión y posición social que traen los emigrantes (desposeídos de
bienes y desinteresados de su historia)[23].
El emigrante tiene que construir su identidad,
no desea volver la mirada hacia la que ha tenido: es un joven cuya vida
psicológica y social comienza cuando pisa América.
Este emigrante argentinizado, según Ortega es identificable con la circunstancia
de su tierra y de su tiempo, con los cuales interacciona. El hombre construye
su identidad proyectándose primeramente al exterior, identificándose con algo (la Pampa) y con alguien (el emigrante).
Sobre esas dos identificaciones primeras, el argentino de las grandes
ciudades construirá su propia imagen.
16. Ahora bien, la tierra típica del argentino
es definida por la Pampa, por esa
planicie inmensa sin confines, por el paisaje abierto. En ella, lo que más se nota es lo lejano,
paradójicamente, lo más abstracto. El argentino típico se identifica con la
grandeza abstracta y prometente de su tierra, y se hace una imagen de sí mismo
acorde a esa semejanza: su imagen de diluye en su grandeza y queda reducida a
incumplida promesa.
"En la Pampa no hay nada particular que interese"[24].
La Pampa -esos mil kilómetros de llanura húmeda y fértil- se mira comenzando
por su fin o confín. Aquí el lugar no radica en una locación rígida. La Pampa
tirita su ilimitada extensión, prometiendo un fin que retrotrae para quedarse
en promesa.
"Acaso lo esencial de la vida argentina
es eso: ser promesa, Tiene el don de
poblarnos el espíritu con promesas, reverbera en esperanzas como un campo de
mica en reflejos innumerables. El que llega a estas costas ve ante todo lo de
después... La Pampa promete, promete, promete... Hace desde él horizonte inagotables
ademanes de abundancia y concesión. Todo vive aquí de lejanías y desde
lejanías. Casi nadie está donde está, sino por delante de sí mismo... La forma
de existencia del argentino es lo que llamaría el futurisrno concreto de cada
cual... Cada cual vive desde sus ilusiones como si ellas fuesen ya la realidad"[25].
17. Sobre la coordenada del espacio, el
tiempo histórico condicionó la identidad del ser del argentino típico. Por
esto, no se olvide lo esencial: la sociedad argentina se ha hecho y vivió
-aún hasta el tiempo en que nos visitara Ortega- de la emigración española, italiana, galesa. Miles y miles de hombres
llegaron a estas costas con "un
feroz apetito individual, anormalmente exentos de toda interior disciplina".
Llegaron gentes que se desmembraron de sus sociedades nativas en las que sin
darse cuenta, se habían estabilizado e integrado. Al llegar aquí, el emigrante se ha convertido en un ser
abstracto, abstraído de su tierra, "que ha reducido su personalidad a
la exclusiva mira de hacer fortuna".
Es este un motivo más que justifica la identidad abstracta del argentino, solo
concretada en el interés de “hacerse la América”. Aunque en otras tierras los
hombres deseen también hacer fortuna, este deseo está mediatizado por otras
muchas normas y aspiraciones milenarias. En la Argentina, estas aspiraciones
quedan deprimidas y se vive libre,
audazmente el deseo de hacer fortuna. Esta audacia pone en peligro (por una
competitividad feroz y carente de pautas objetivas y morales)
la seguridad de la situación del argentino.
"La causa decisiva es psicológica y
consiste, a mi juicio, en que dentro de cada individuo -no en la objetividad de
los hechos económicos- ocupa el afán de
riqueza un lugar completamente anómalo. Esta exorbitación del apetito económico
es característica inevitable en todo pueblo nutrido por el torrente migratorio.
Hay, pues, una relativa justificación para la
defensividad del argentino. La porción de riqueza o posición social, el rango
público de cualquier orden que un individuo posee está en constante peligro
por la presión de apetitos en torno, que ningún otro imperativo modera. Donde
la audacia es la forma cotidiana del
trato, es forzoso vivir en perpetua
alerta"[26].
18. El argentino no se dedica primeramente a
vivir la vida (como lo hacían el indio y el gaucho), sino a hacer fortuna y
defenderse. Sólo puede identificarse por lo que posee, no por lo que es: la
riqueza y la posición social le dan una seguridad relativa y le permiten
identificarse con lo que tiene. Es lo que tiene; de allí que necesite tener
siempre más para ser más. El indígena y el criollo no tenían este deseo,
inyectado en el argentino por el emigrante europeo[27].
Por ello, no está nunca totalmente en donde nos parece que está. Sus gestos y
palabras son "solo fachada"[28];
su intimidad y autenticidad se nos escapa: no parece tener identidad. Aquel hombre
presente ante nosotros, está en realidad ausente. El argentino no se abandona,
vive constantemente en un estado de
asedio. Su inseguridad refleja un clima donde nadie tiene un ser social seguro y debe constantemente hacer valer sus títulos: "Hágase
usted bien cargo de que yo soy nada menos que...". "Está usted
ignorando que yo soy una de las principales figuras de..." El argentino muestra su posición social como si fuese un
monumento. En vez de vivir activamente eso que pretende ser, se coloca
fuera de ello y se dedica a mostrarse y
a reasegurar los títulos que posee o cree poseer.
La identidad se da en el “Yo” y el yo es el que decide
sobre sus actos y sobre lo que desea ser y parecer: construye su identidad.
“ `Mis´ impulsos, inclinaciones, amores, odios,
deseos, son míos, pero no son `yo´. El `yo´ asiste a ellos como espectador,
interviene en ellos como jefe de policía, sentencia sobre ellos como juez, los
disciplina como capitán”[29].
19. El yo de los argentinos típicos ha tenido
que buscar su identificación aceleradamente; no la han podido gestar desde
dentro; arrollados por la emigración, se han identificado con lo que desean
ser poseyendo.
Argentina ha tenido que asumir la civilización del mundo actual
con una aceleración histórica. El desarrollo, la extensión y riqueza de esta
tierra ha obligado a crear nuevas
instituciones sin poder preparar a las personas para sus funciones, sin que
estas personas pudiesen elaborar sus valores y sus méritos e identificarse de
otras personas. En Europa se crea, por ejemplo, una cátedra nueva cuando hay
alguien preparado para ello; en Argentina se invierte el orden: "las
cátedras, los puestos, los huecos sociales surgen antes que los hombres
capaces de llenarlos"[30].
De este modo se hizo normal que cualquiera, aún con la más insuficiente
preparación, ocupase cualquier puesto. No ha sido posible identificar al argentino por lo que es, porque no ha definido su
ser; cada argentino no se ha creado una
identidad propia, con valores y cualidades que lo hacen irrepetible.
20. "Esta sociedad no se ha habituado a exigir competencia". En consecuencia,
cada cual sabe que no debía ser lo que es, y a la inseguridad social se añade la inseguridad íntima, carente de
identidad positiva, por lo que se fundamenta que el hombre argentino esté a la
defensiva: sólo sabe que no es lo que
parece ser o desea aparentar. De aquí que el argentino necesite de la fachada,
del gesto convencional e insincero para hacer creer a los demás y de paso
convencerse a sí mismo.
El argentino no tiene identidad individual incambiable ni
una necesidad interna de ser lo que
es y, en consecuencia, no posee preparación
ni adherencia social para lo que
hace. Precisamente porque el argentino no es auténticamente -por sí mismo- lo
que pretende ser, necesita hacerlo constar. No obstante, el hombre argentino no
suele estar mal dotado, sino que no se ha
entregado nunca a la actividad que ejerce, no la considera nunca como
definitiva.
Todas sus actividades, por una parte, están asechadas por la
competencia desleal generalizada y,
por otra, las considera a todas ellas como las etapas transitorias para lo
único básicamente interesante: "su
avance en fortuna y jerarquía social"[31].
En Argentina es frecuente que la persona deba vivir los más heterogéneos
avatares y que deba estar preparado para todo -y para nada efectivamente- a fin
de sobrevivir.
Ser uno mismo, tener identidad y gozar con ella, no es tarea fácil; más
placentero suele resultar hacer descansar la identidad no en sí mismo, sino el
lo poseído.
“El hombre que siente la delicia de ser él mismo,
siente a la vez que con ello comete un pecado y recibe un castigo... Todo
hombre y toda mujer que llegó a la madurez sintió en una hora ese gigante cansancio
de vivir sobre sí mismo... Es como si al alma se le fatigasen los propios
músculos y ambiciones reposar al borde del camino”[32].
Se diría que el argentino típico vive “fuera de sí”,
instalado en una tierra prometida; por ello carece de sí mismo y de identidad
interna, propia, irrenunciable. “Encuentra, en rigor, el vacío, el hueco de su
propia vida”[33]. Es estas
condiciones no es pensable una identidad ni personal ni nacional.
21. Como la Argentina ha tenido que seguir
creciendo aceleradamente, presenta paradójicamente ciertos rasgos de relativa madurez y otros propios de un primitivismo inesperable, fases de
brillante inteligencia y desarrollo, juntamente con otras de irracional
sentimentalismo, violencia e involución.
El Estado argentino
no escapa a esta descripción. En parte es causa y en parte efecto del modo de
ser de los argentinos. En Argentina, existe una
valoración hipertrófica, anormal, desmesurada del Estado. Hay demasiado intento
de organización, demasiado Estado y poco
sociedad nacional. Ha hecho de "la política el centro de su
preocupación". El Estado se ha convertido en una máquina formidable,
eficiente y ejecutiva que difícilmente resiste la tentación de usar su poder
cuando tropieza con algún problema "y siempre que la porción dominante de
ciudadanos desea que las cosas pasen de este o el otro modo". En otras
palabras, el Estado se convierte en un "gigantesco artefacto
autoritario" que obtiene sin oposición lo que desea, tentado de corrupción.
22. Esta nación, tras las experiencias del
bolchevismo y del fascismo, no ha querido
aprender la lección del intervencionismo y del autoritarismo del Estado[34].
Es más, por un lado, el Estado ha
estimulado la audacia de los argentinos administrando la promesa de
seguridad y estabilidad, y generando, por otro lado y de hecho, la inestabilidad con su frecuente
intervencionismo autoritario. El argentino se halla solo en la competencia
y a la defensiva para con los demás, y a veces para con el Estado. No existe,
en consecuencia, un esfuerzo por coparticipar en la búsqueda de un bien común
dinámicamente estable.
"Los oficios
y puestos o rangos suelen ser, como he indicado, situaciones externas al
sujeto, sin adherencia ni continuidad con su ser íntimo. Son posiciones, en
el sentido bélico de la palabra, ventajas transitorias, que se defienden mientras
facilitan el avance individual. Esto da irremediablemente un carácter extrínseco y frívolo a la
relación entre el individuo y su situación. El individuo que es periodista, o
industrial, o catedrático, no lo es ante sí mismo y para sí mismo; no lo es
irrevocablemente, no ve su profesión como
su destino vital, sino como algo que ahora le pasa, como mera anécdota,
como papel. De este modo, la vida de la
persona queda escindida en dos: su persona auténtica y su figura social o
papel. Entre ambas no hay comunicación efectiva... El mismo no comunica consigo... La estructura
pública de la Argentina fomenta ese dualismo
del alma individual"[35].
23. El argentino es un pueblo joven; al argentino, la vida le parece un puro afán que
se consume a sí mismo sin llegar a su logro; como un no parar de hacer cosas
y, a la par, una impresión de no tener qué hacer, de vivir una vida con pobre
programa. Eso pasa a los jóvenes y ¿de cuándo ha sido para el joven agradable
ser joven? La juventud agrada a los viejos que la ven desde afuera. El joven se
siente habitado de angustias, de melancolías, de apetitos indecisos, porque
tiene intactas sus posibilidades, y no es aún nada de hecho[36].
El argentino típico no tiene puesta su vida espontáneamente
en ninguna profesión; ni siquiera se abandona a los placeres que lo sacarían
de sí. Su vida no es una misión y es
superlativamente frívolo, superficial, con frecuencia poco serio
profesionalmente, sin identidad profunda. No se trata de un egoísmo congénito
sino de una adherencia a "la idea que él tiene de su persona". El
egoísta vive sin ideal; el argentino, por el contrario, vive de la figura ideal
que de sí mismo posee y que la nación le ofrece al nacer. La tradición gloriosa
de sus héroes, libertadores de América, otorga al individuo que nace una fe
ciega en el destino glorioso de su pueblo. Por ello, "da por cumplidas ya
todas las grandezas de su futuro". El argentino tiene, desde su escuela
inicial, una unión casi mística con sus grandes hombres, y luego con sus
caudillos, antiguos o modernos, con los que se identifica. Pero la imagen
idealizada -frecuentemente por conveniencias- tiene una estructura estática: no
es una fuerza que lleve a la realización personal, sino una idea fija que ya
tiene y en la que se place.
24. Paradojalmente, el argentino, incansable y realista buscador de fortuna es, a su
vez, un incansable idealista que vive
de lo que cree que puede ser -un gran escritor, por ejemplo-; pero no se
preocupa en serio por serlo efectivamente. "El argentino típico no tiene más vocación que de ser ya lo que
imagina ser"[37].
Casi siempre la relación social es perisférica, regulada por
el principio “No te metás”. El argentino casi no se conoce, porque vive más de
lo que quiere ser que de lo que realmente es. Y lo que quiere es fortuna y
posición social: Ser doctor, ser Estanciero, Ganadero.
El argentino es
narcisista: lo lleva todo consigo, la realidad, la imagen y el espejo. De
aquí su excesivo cuidado en el aseo y el repulimiento en el vestir. No solo
desatiende a los demás, sino que llega a desatender su propia vida real, para
vivir de su imagen, para su personalidad secreta, para su fantasma íntimo. De
aquí su ilimitada susceptibilidad cuando alguien no lo reconoce como él imagina
ser. Entonces el argentino buscará su reconocimiento recurriendo incluso al
guaranguismo para poder creer en sí. Mas esto constituye una expresión de la fuerza vital de un pueblo joven, en vías
de realización y educación, de un fabuloso dinamismo que posee la Argentina
y que nada ni nadie podría suplir cuando se decida a vivir en grande.
El consejo que daba Ortega era entonces:
”¡Argentinos a las cosas, a las cosas! Déjense de
cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos... de vivir a
la defensiva, de tener trabadas y paralizadas las potencias espirituales, que
son egregias: su curiosidad, su suspicacia, su claridad mental secuestradas
por los complejos de lo personal”[38].
La “política ha sido el centro de su preocupación” ante
un Estado que -en su deslealtad- no da confianza[39].
Por otro lado, no hay peor manera de no mejorar que creerse óptimo. Habrá que
abandonar la valoración hipertrófica del Estado y de sus promesas, y comenzar
a ser uno mismo. Tras la fachada del argentino, “notamos -afirmaba Ortega-
falta de autenticidad”: falta ser uno mismo desde el fondo vital íntimo[40].
25. Cuando nos ponen un espejo delante del
rostro, esto resulta ser una ayuda, pero nos exige grandeza y fuerza de
voluntad para poder vernos en él, sobre todo porque es la realidad misma que se
nos espeja.
Creo que somos un pueblo joven, un adolescente mimado por
la generosidad de la tierra que estima saberlo todo, poder criticarlo,
estimarse por ello mismo el mejor, sin haber aún enfrentado la dureza de la
vida. La tierra generosa le ha dado al argentino una vida relativamente fácil.
Pero ahora es tiempo que el adolescente reconozca que debe poner lo suyo, debe
ser realista; no solo debe criticar y narcisistamente mirarse a sí mismo, sino
ponerse en acción con un rígido control de sus acciones sí y las del Estado,
crítico de las finalidades y de los medios.
26. El argentino, en general y con los
límites que encierra toda comparación, tiene actitudes de adolescente. Sabemos
que esas actitudes son desconcertantes para los adultos y lo serán ciertamente
para los pueblos adultos.
El adolescente no sabe aún lo que es ganarse la vida. No
conoce realmente las reglas de la economía: ni la básica, esto es, que no puede
gastar más de lo que produce. El adolescente vive de sus padres, como el
argentino de sus próceres y de sus abuelos inmigrantes; pero no ha adquirido ni
heredado las costumbres de éstos. Se estima muy astuto cuando vive “de
prestado” (bastaría recordar los discursos del ministro de economía Martínez de
Hoz en la época de la dictadura militar). El Estado mismo se acostumbró al
dinero fácil o ha hacer miles de trucos para justificar sus necesidades, sin
planificar ordenada y trabajosamente la vida. Las ideas de planificar y ahorrar
previendo la seguridad social del futuro de sus ciudadanos ha estado ausente
por más de medio siglo, apresurándose el Estado a poner la mano en la caja de
la previsión social de los ciudadanos para justificar cualquier otra necesidad
política. Hoy los ciudadanos, después de haber aportado durante toda su vida,
se hallan, en su vejez, abandonados social y sanitariamente a la suerte de sus
hijos. Éstos a su vez son reprimidos cuando salen a cortar rutas pidiendo poder
trabajar y comer.
Como un adolescente, el argentino puede ser
contradictorio. Puede sentirse generoso y dar hasta lo poco que tiene, y puede,
también por el contrario, cerrarse en su egoísmo y evadir la realidad de su
prójimo discutiendo u opinando sobre las causas de las situaciones de las que
él se estima ajeno.
27. Como adolescente, el argentino no sabe a
qué atenerse, si a los afectos o a la razón. Sus elecciones (sociales,
políticas) son frecuentemente afectivas. Los demagogos de turno lo saben y más
que ideas, proponen vacuos slogans como banderas para seducir votos y
prosélitos. No es raro que, en este clima, la violencia se haga presente en los
encuentros de opiniones. Salvadas algunas excepciones, de hecho, se instaura la
guerra de los pobres contra los pobres, porque las mismas instituciones
sindicales -como casi todo- se compran y se venden en una sociedad corrompida
en sus instituciones.
Como adolescente, el argentino no comprende por qué los
demás no lo comprenden o tomas distancias ante sus conductas. Se cree entonces
víctima y suele encontrar siempre algún victimario, más fácilmente fuera del
país que dentro del mismo. Es difícil aceptar para el argentino, que el
argentino mismo es parte importante del problema.
28. Como adolescente, el argentino no está
totalmente errado en sus percepciones. Porque como adolescente, los argentinos
son curiosos e imaginativos; han viajado por el mundo o no han dejado de
informarse sobre las otras formas de vida.
Por ello, advierte las reales riquezas de su tierra y
algunas cualidades humanas del argentino. Advierte que se halla en un país con
treinta y seis millones de personas de las cuales actualmente la mitad se halla
bajo las línea standard de pobreza, teniendo un potencial de producción para
alimentar a trescientos cincuenta millones de habitantes.
29.
Como adolescente,
el argentino ve una realidad que no llega a comprender y percibe que los
“adultos de la política” intentan ocultársela. Hojeando su historia, el
argentino sabe que ha vivido tiempos difíciles también en el pasado; que ha
cursado gran parte de su historia con deudas externas agobiantes y prolongadas;
que ha padecido devaluaciones de su moneda y marginaciones mientras la
oligarquía (agropecuaria primero, comercial luego y finalmente política)
visitaba los grandes salones de las nobles familias europeas.
Esa misma, y
casi cíclica, repetición de su historia de recursos a intervenciones
extranjeras en lo económico y de intervenciones militares en lo político, ha
dejado al argentino común casi al margen de las propias decisiones. El
argentino, como el adolescente, no ha aprendido aún a tomar sus propias y
reales decisiones. Casi inconscientemente cree creer en un destino superior a
sus decisiones. La caída en descrédito de todas las macroinstituciones
(legislativas, judiciales -incluida la cuestionada Suprema Corte de Justicia de
la Nación-, ejecutivas, sindicales, financieras incluso con prestigio
extranjero que solo protegieron a los fuertes) hacen que el ciudadano argentino
común y trabajador -“el ahorrista”-, se sienta solo, traicionado, utilizado,
abandonado: más aún eufemísticamente “acorralado” (con la confiscación -en la
práctica- de sus ahorros y la reducción arbitraria de sus salarios) por parte
de quienes debían darle seguridad institucional. Las fuerzas vitales
individuales decaen ante la mole del imperio devastador. Inocentemente los
argentinos ahorristas hacen sonar las cacerolas, por semanas y por meses, con calor
o con frío. Las entidades financieras se protegen con chapas y hierros ante
esas demandas; el mismo Congreso de la Nación hace un vallado para defenderse,
encerrado en sus privilegios, de sus ciudadanos que reclaman justicia. Se ha
roto el pacto social. Esta sociedad actual es solo un caparazón que funciona
aparentemente por inercia. Evidentemente se están rompiendo las redes sociales:
no se puede ser socio de alguien en quien no confías. En esta insociable
sociabilidad, se instala el temor, la angustia, y ante la miseria se pierden
los valores humanos.
Triste figura
la de una población avasallada por la corrupción prolongada e
institucionalizada. Ha sido esta una población que, por un siglo, ha tenido que
elegir siempre a sus gobernantes como al mal menor entre una lista de
candidatos nada aceptables. Es sabido que la acumulación de males menores no
genera un buen gobierno.
30. El hambre se ve en las calles, bajo la
figura de grandes grupos humanos recorriendo y recogiendo los restos de basura,
mientras a pocos kilómetros se ven mecer los trigales dorados, los radiantes
girasoles, los ilimitados campos verdes de soja de la pampa argentina.
Ciertamente Argentina es un país con gran potencial, como lo es todo
adolescente, pero es un país con la mayor inequidad en la distribución de las
riquezas de iberoamérica.
El hambre puede ser un buen medio para comenzar a pensar
realistamente, pero no es, sin embargo, necesariamente una condición
suficiente. El clientelismo actual (un millón de subsidios de 30 dólares
mensuales para los padres o madres de familia sin trabajo), resulta ser
insuficiente, donde la canasta familiar de una familia tipo implica un gasto
mensual de 400 dólares. Este clientelismo, gestado por los caudillos de turno,
apaga el hambre inmediato de no pocos menesterosos; pero con sutiles mecanismos
exige eximirse del pensar y apoyar políticamente a quien les da de comer. Mas
sin la generación producción, de trabajo, de sentido digno de la vida humana,
de respeto por la ley, el populismo es solo consumo. Es dar pescado y no
enseñar a pescar. Este peligro es real y es la prolongación de una agonía.
La situación creada, por factores internos y externos poco
claros, es delicada: un organismo debilitado puede ser presa fácil para quienes
están al acecho. ¿Se requerirá un “gran padre” o “gran hermano” para este
pueblo adolescente; o este adolescente, en un avatar esplendoroso, se
transformará finalmente en un pueblo adulto? Los problemas humanos y sociales
nunca son simples; frecuentemente tienen una raíz inhumana y antisocial, porque
son radicalmente inmorales.
__________________________________
* Professeur à l'UCEL, chercheur au CONICET, Rosario, Argentine
[1] ZEA, L. La esencia de lo americano. Bs. As., Pleamar, 1971, p. 16.Cfr. ZEA, l. La filosofía americana como filosofía sin más. México, Siglo XXI, 1986, p. 13.
[2] ZEA, L. La esencia de lo americano. O. C., p. 19. Cfr. ZEA, L. Filosofía latinoamericana. México, Trillas, 1997.
[3] KÉYSERLING. Meditaciones sudamericanas. Madrid, 1931. Cfr. ZEA, L. La esencia de lo americano. O. C., p. 23.
[4] Cfr. GERBI, A. Viejas polémicas sobre el Nuevo Mundo. Lima, 1946.
[5] Cfr. De IMAZ, L. Sobre la
identidad iberoamericana. Bs. As., Sudamericana, 1984, p. 71.
[6] “El papa Pío IV debió prohibirles (a los monjes y prelados) que volvieran a España con riquezas” (GARCÍA HAMILTON, J. Los orígenes de nuestra cultura autoritaria e improductiva. Bs.As., Albino y Asociados, 1990, p. 45, 38).
[7] GARCÍA HAMILTON, J. Los orígenes de nuestra cultura. O. C., p. 77.
[8] COLON, C. Diarios. Relaciones de viajes. Madrid, Espasa, 1985, p. 220.
[9] ALBERDI, J. B. Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Bs. As., Centro Editor de América Latina, 1971, p. 162.
[10] ALBERDI, J. B. Bases. O. C., p. 50.
[11] ZEA, L. La esencia de lo americano. O. C., p. 62.
[12] Cfr. MAFUD, J. Psicología de
la viveza criolla. Bs.
As., Distal, 1998, p. 71.
[13] GARCÍA HAMILTON, J. Los orígenes de nuestra cultura. O. C., p. 132.
[14] ZEA, L. La esencia de lo americano. O. C., p. 66.
[15] TERÁN, O. (Ed.) Alberdi Póstumo. Bs. As., Puntosur, 1988, p. 143. Cfr. ALBERDI, J. B. Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi. Bs. As., Imprenta Europea, 1895, Vol. I: Escritos Económicos, p. 481.
[16] Cfr. ZEA, l. La filosofía americana
como filosofía sin más. O. C., p. 25. SOLER, R. El positivismo argentino. Bs. As., Paidós, 1988. KORN,
A. Influencias filosóficas en la
evolución nacional. Bs.
As., Solar, 1989.
[17] Cfr. AA.VV. Trabajo e identidad ante la invasión
globalizadora. Bs. As., Edic. Cinco, 2000. DIETRICH, H. La crisis de los intelectuales. Identidad
nacional y globalización. Bs. As., Editorial 21, 2000.
ETXEBARRÍA,
F. -JORDÁN, J.- SARRAMONA, J. Identidad
cultural y educación en una sociedad global en NOGUERA, E. (Ed.) Cuestiones de antropología de la educación.
Barcelona, CEAC, 1995.
[18] Cfr. SANTILLÁN GÜEMES. R. Cultura,
creación del pueblo. Bs.
As., Guadalupe, 1995, p. 42.
[19] Cfr. SCANNONE, J. (Ed.) Sabiduría popular, símbolo
y filosofía. Diálogo internacional en torno de una interpretación
latinoamericana. Bs. As., Guadalupe, 1994.
[20] SCALABRINI ORTIZ, R. El
hombre que está solo y espera. Bs. As., Plus Ultra, 1993, p. 32.
[21] KUSCH, R. Esbozo de una antropología filosófica americana. Bs. As., Castañeda, 1989, p. 103.
[22] Cfr. ZEA, L. Filosofía de la historia latinoamericana. México, FCE, 1997, p. 73.
[23] En 1869, Argentina tenía una población de 1.737.000 habitantes y, en 1914, era de 7.885.000. En ese momento, más del 30% de la población era extranjera.
[24] ORTEGA Y GASSET, J. Obras Completas. Madrid, Alianza, 1983, II, 638. Emplearemos esta edición para referirnos a los escritos de Ortega. En adelante, los números romanos indicarán el volumen de esta edición y los arábigos las páginas. DAROS, W. El ser del argentino típico, según Ortega y Gasset en La Capital, 9/11/85. DAROS, W. Racionalidad, ciencia y relativismo. Rosario, Apis, 1980, p. 75-83.
[25] II, 638, 651.
[26] II, 651, 642.
[27] VIII, 442, 444. Cfr. OCAMPO, V. Mi deuda con Ortega en Testimonios. Bs. As., Sur, 1957.
[28] II, 648.
[29] II, 463.
[30] II, 653. Cfr.
STORNI, F. Las exigencias de la
democracia, autonomía y pluralismo en ACADEMIA NACIONAL DE EDUCACIÓN. Ideas y propuestas para la educación
argentina. Bs. As., Academia Nacional de Educación, 1989, p. 49-66.
[31] II, 653. Cfr.
BELTRÁN, J. Educación de personas adultas
y emancipación social en Educación y
Sociedad, 1993, n. 12, p. 9-27.
[32] II, 470.
[33] II, 639.
[34] II, 645-646.
[35] II, 654.
[36] VIII, 402.
[37] II, 659, 657.
[38] VIII, 390; II,
662. Cfr. ABELLÁN, J. Ortega y Gasset y los
orígenes de la transición democrática. Madrid, Espasa, 2000. AZCUY, E. y
otros. Identidad cultural, ciencia y
tecnología. Aportes para un debate iberoamericano. Bs., As., García
Cambiero, 1987.
[39] II, 645. FRUTOS,
E. La idea de hombre en Ortega y Gasset
en Revista de Filosofía, Madrid,
1957, nº 60-61, p. 35-38.
[40] II, 648.