Revue de
la B.P.C.
THÈMES I/2015
http://www.philosophiedudroit.org
Mise en ligne le 20 mars 2015
______________________________________________________________________________________________
Subjetividad y formación humana
Par Claudio César Calabrese *
I. Introducción
La tensión entre el
crecimiento prodigioso de los saberes, que se ha alcanzado en la Modernidad, y
la inversamente proporcional lisura de la vida de sabiduría ha creado un abismo
que ha puesto en crisis la co-pertenencia entre el yo
y la realidad (incluida en ella los otros “yoes”), que –en cuanto tal- cala
todos los ámbitos de la vida[1].
Responsabilizar a la
técnica no explica el problema, pues por ésta la humanidad ha alcanzado la
progresiva toma de distancia de la naturaleza, cuyo movimiento denominamos cultura[2]. Por
ello, en tiempos como los nuestros, donde la incertidumbre está en el centro de
la escena, debemos volver a las preguntas esenciales (Bona tempora habemus!).
El tema más acuciante
siempre será responder a la pregunta ¿quién soy? Y luego –no menos dramáticamente-
asumir la respuesta (no renunciar a ser quien soy, tentación que sobrevuela las
vocaciones más intensas). En “el llegar a ser quien soy” está todo el problema
de la educación, cuya reflexión recorremos de la mano de M. F. Sciacca.
Consecuencia de este
tratamiento, nos adentramos en un tema no menos crucial: ¿la subjetividad
resulta diáfana ante la conciencia de sí?
Estos son los puntos
que presentamos en este artículo.
II ¿Quién soy? La naturaleza de la pregunta
Como afirma Heidegger
nuestro desconocimiento sobre qué es el hombre no encuentra parangón con otra
época[3]; algo
similar expresa K. Jaspers: “en esta época de iluminismo, de crecimiento del
saber y de la capacidad, de fe en el progreso en sí, ha llegado a ser a menudo
incomprensible qué es, para el hombre, lo verdaderamente importante[4]”.
En la actual crisis
del post-capitalismo, se manifiesta con toda su fuerza el relativismo, fruto
del sacudimiento de la noción de subjetividad; la libertad ha terminado
disociada de la verdad, lo cual ha afectado la convivencia en sociedad, pues
todo en ella ha quedado determinado por la convención.
Por ello, las
reflexiones de F. Nietzsche sobre la voluntad de poder lo han convertido en un
profeta del cientificismo y del economicismo; en efecto, debemos repetir
cuantas veces sea posible que en nuestra crisis no hay fundamentalmente ideas
sino poderosísimos grupos económicos a los que implementar políticas
darwinianas deja pingües ganancias, a costa de la dignidad de la persona y del
valor de la vida[5].
Por ello nos interesa
preguntar y responder la cuestión central ¿quién es el hombre?
Siempre nos han
inquietado las preguntas sobre el mundo que nos rodea pero, más aún, sobre
nosotros mismos.
Según nos transmite
Platón, la máxima de Delfos, que Sócrates tomó como estandarte de su filosofar,
“Conócete a ti mismo” (γνῶθι σεαυτόν), es el único saber que
hace buenos a los hombres.
El aforismo es en
verdad inquietante: ¿se trata de un llamado a
desarrollar una mirada introspectiva y a ser prudentes a la hora de hablar (en
especial de uno mismo)?
¿Quizás pretende
decirnos que necesitamos conocer bien nuestra alma para no desorientarnos en la
vida?
¿Tal vez que en uno mismo es posible hallar la
llave de un tesoro y que aquel que se conoce a sí mismo conoce el universo y a
los dioses, como pretende Hermes
Trismegisto, un texto sincrético greco-egipcio?
La misma idea expresa
San Agustín, orientando la interpretación de la sentencia en sentido cristiano,
cuando dice Noli foras ire, in teipsum redi; in interiore homine habitat veritas[6].
Por nuestra parte entendemos
que significa primordialmente que ninguna enseñanza proporciona un conocimiento
genuino que el hombre no alcance en sí mismo, dado que no hay modo de llegar a
poseer algún conocimiento, si éste no radica en una comprensión personal.
No hay conocimiento
sin esta pre-comprensión: si no hay resonancia personal tampoco la persona se
procura un bien. Lo exteriormente aprendido –por mucho que sea- y del mismo
modo repetido, carece de valor.
Por ello, Platón dice
“todo aquello que el hombre aprende ya está en él”. Todas las experiencias y
todo lo que lo circunda no son sino ocasiones para ayudarle a tomar
conocimiento de aquello que está dentro de sí. Este despertar es llamado por
Platón anamnesis, que traducimos por
“reminiscencia”[7].
La inquietud
que causa el preguntar sobre las cosas es sustancial y ha estado siempre, pero
la preocupación que provoca la respuesta al preguntar por nosotros mismos no se
compara en gravedad.
El examinarse
del hombre a sí mismo se agudiza por la
permanencia de los cambios sociales y culturales introducidos y profundizados
por la técnica. El cambio, que aquí se implica, de la imagen del mundo
(guerras, violaciones de los derechos humanos, ingeniería genética) hace cada vez
más problemática nuestra existencia.
No
resulta posible definir la búsqueda
filosófica mediante las ciencias particulares de carácter empírico, porque
éstas investigan aspectos del hombre, pero nada dicen acerca del sentido de la
existencia. Por el contrario, estos estudios alcanzan su mayor relevancia si
estamos –previamente- en posesión de los significados que la antropología
aplica al término hombre.
Es tarea de la
filosofía buscar (tanto descubrir como re-descubrir) un fundamento metafísico,
y en él, el anclaje antropológico para
la comunidad y, muy especialmente, para soporte de las relaciones
interpersonales.
Efectivamente
“interpersonales”, aunque desde el
título hayamos planteado “subjetividad” y tácitamente “intersubjetividad”.
Queda claro, desde el principio, que no se trata de sinónimos, por lo que se
requiere un planteo lo más seguro posible que deslinde campos semánticos
próximos (con la confusión que vuelve borrosos los lindes) y los respectivos
sustentos filosóficos.
Si buscamos un “fundamento”,
seamos conscientes que éste debe ser capaz de soportar el planteo y crecimiento
de las relaciones personales y sociales en todo su vasto alcance (familiar,
pedagógico, político y económico).
Hemos adjetivado a
aquel fundamento de “metafísico”; ello implica que la aludida fundamentación
exige trazar una línea de argumentación flexible y consistente, cuyo centro se
aleje de las manipulaciones ideológicas.
Esta última prevención
se debe a que tenemos a mano una abundante teorización sobre la disolución de
la persona, primero, y luego del sujeto; procede ella de campos aparentemente
enfrentados: el individualismo que deriva tanto de la subjetividad de la
conciencia como de los diversos colectivismos.
Persona y espíritu son
sinónimos, pero no lo son persona y hombre. La persona humana no se reduce a la
naturaleza humana: persona no equivale a ser hombre o mujer, sino que poseer
una naturaleza masculina o femenina es propio de la persona.
Ser persona no es ser
hombre (están las personas divinas o las angélicas); el hombre es un compuesto
de alma y cuerpo, pero no la persona, aunque disponga de ellas.
La persona es la
cumbre de la realidad, aunque esta realidad es interior a cada uno y un gran
misterio. Por ello, en una investigación de este tipo se pone en juego el
propio investigador (su destino personal y su felicidad no son ajenos a las
conclusiones a que llegue).
Se presenta así una
nueva faceta del aforismo “Conócete a ti mismo”: no se trata sólo del intento
de la persona por saber quién es sino principalmente qué está llamada a ser
(qué seremos si somos nosotros mismos).
γένοι᾽ οἷος ἐσσὶ μαθών “Sé
como eres, habiéndolo aprendido” [8]
En cuanto hombres
poseemos una naturaleza común, pero en cuanto personas somos todos
misteriosamente distintos. Por ello, la expresión “animal racional” no llega a
explicar a la persona, aunque sea esencial para ésta. Cuando una persona “sale
a buscarse a sí misma” lo hace en compañía de otras personas, nunca
impersonalmente. Esto no significa que las otras personan lo tengan a la mano y
nos lo den, sino que buscamos juntos a través del diálogo.
Agustinianamente
podríamos decirlo así (con el pre-supuesto de que sólo Dios puede revelar el
sentido personal): cada uno puede encontrar su sentido, si lo busca con su
conocer personal, si lo acepta con su amor personal y con su libertad en Dios.
Con palabras de
Leonardo Polo: “El que se da cuenta de que es persona no puede admitir un Dios
extraño a su vida”[9].
Cuando expresamos que
nuestro concepto de naturaleza debe ampliarse, queremos significar el
reconocimiento de que el cosmos es inteligible. A lo largo de la historia del
pensamiento se ha sostenido la racionalidad del mundo físico (desde Ens et verum convertuntur de los medievales[10] hasta
la afirmación de Hegel: "Lo que es racional es real, y lo que es real es
racional"[11]).
Se trata del avance continuado de toda ciencia, pues su historia consiste en
descubrir las leyes que rigen el mundo físico.
El cosmos es racional
en la medida en que responde a leyes, aunque no puede ser consciente de su propia
racionalidad.
Si afinamos más la
propuesta diremos que la conciencia del hombre es la conciencia del cosmos,
pues tiene conciencia de sí y, por ende, de la naturaleza. A esta capacidad,
los griegos, a partir de Anaxágoras, la llamaron nous.
Sin embargo la
conciencia humana no alcanza a cubrir el despliegue de la razón en la
naturaleza y en la historia, pues no hay conciencia particular que pueda captar
la racionalidad de estos procesos.
Al mismo tiempo, cabe
mencionar que el conjunto de estos procesos no coinciden con Dios. Si bien Él
tiene en cuanto Dios conocimiento perfecto de creador de la naturaleza del
cosmos y de la historia no se identifica con ellos, pues entonces afirmaríamos
que Dios depende de alguna manera del tiempo (le estaríamos de hecho asignando
un origen). Dios entonces no coincide con la racionalidad del universo.
Ya Aristóteles
distinguió claramente este saber total de la naturaleza y de la historia tanto
del hombre como de Dios; se trata del motor
inmóvil, tanto como aparece en el libro VIII de la Física (inmanente al mundo) cuanto en el libro XII de la Metafísica (trascendente al mundo).
Desde distinta
perspectiva, aunque de manera convergente, ambos textos se afincan en la
racionalidad que ordena la naturaleza y en la conciencia de esa racionalidad.
La física actual nos
devuelve una imagen completamente distinta de la griega; en efecto, de aquella
imagen estática pasamos a la actual, dinámica: el universo se encuentra en
expansión, como resultado de una explosión que se dio en el origen.
Esta tesis de la
física contemporánea conlleva una consecuencia del mayor interés para nuestro
planteo: el universo en su conjunto es un proceso, lo que significa que está
sujeto a leyes desde su origen, es decir, puede ser estudiado.
La materia está
distendida en el tiempo y en el espacio. Quien comprende lo que la voz dice
posee algo distendido en el tiempo, pero el sentido de lo que dice la voz no es
algo material, pues no está distendido, sino que resulta simultáneo e idéntico
consigo mismo. La materia en cuanto materia contiene partes extra partes y por ello no coincide consigo misma.
La teoría de la
relatividad nos enseña que no hay simultaneidad absoluta, pues algo siempre se
da “respecto de”, es decir, en cuanto hay un sistema de referencia (como
dijimos, el universo existe en modo sucesivo).
La simultaneidad o
ahora aparece sólo en la comprensión de los seres vivos, que, por esa misma
comprensión, no son sólo materiales.
La definición más
antigua que poseemos de vida pertenece a Aristóteles y la relaciona con el “automovimiento[12]”: el
ser vivo es aquel que tiene la capacidad de moverse a sí mismo.
Como leemos en los
textos citados del Estagirita, la vida en cuanto tal implica cuatro operaciones
o actos segundos: alimentarse,
sentir, trasladarse de lugar y entender.
El viviente efectúa
las operaciones segundas, pero el vivir no es algo que el viviente efectúe o
haga, pues requiere antes el existir (el viviente no puede omitir vivir).
Vivir entraña la posibilidad de realizar
operaciones desde sí y ejercer control sobre ellas, en cuanto causa eficiente,
formal y final de sus operaciones. A esto se le ha llamado “inmanencia”, porque
permanecen en quien las ejecuta.
Así, son llamados vivientes aquellos seres que se mueven o
actúan por sí mismos; aquellos que, por naturaleza, ni se mueven ni actúan, no
pueden ser llamados vivos, a no ser por semejanza.[13]
“Inmanencia” significa
que aquello que un ser ha hecho o que le ha pasado permanece dentro, es decir,
el ser va abriendo “un dentro”, una hondura que implica los alimentos, los
recuerdos el saber adquirido.
Esta noción de
“quedarse” abre las puertas a la mismidad,
a lo que permanece en mí y a ello lo llamamos reflexión.
Esta categoría
“dentro” (interioridad de un ser vivo) es fundamentalmente temporal y luego
espacial, aunque el adverbio de lugar parezca indicar lo contrario. Este
“dentro” significa que algo no ha pasado, que de algún modo permanece.
Queda claro a su vez
que este “permanecer” es distinto en cada operación y en cada viviente: el
alimento no “queda adentro” del mismo modo que un aprendizaje. Los diversos
grados de inmanencia implican grados diversos de vida[14].
III. Formación humana
En el ámbito clásico
hasta el propiamente pre-moderno, la educación fue considerada en los términos
de un derecho natural de las personas, es decir, como parte constitutiva de la
persona en cuanto ente moral.
Las personas, al
conocer y reconocer la entidad de las acciones, las calificaban como justas o
injustas, con una clara responsabilidad sobre ellas.
En la Modernidad se
creó, por las razones que presentamos al inicio del trabajo, un clima cultural en el que el ser humano
pensó cada vez más en la condición de su autonomía. M.F. Sciacca
sostiene, en este punto, que se ha perdido el sentido armónico de la vida,
por el oscurecimiento de la universalidad del pensar. En todas las épocas ha habido dolor e ignorancia;
pero, algunas de ellas estaban acompañadas por una fe en la universalidad del
pensar, en una concepción de las personas abiertas a un Ser infinito, que daba
proporción a este mundo sin absolutizarlo.
A esa pérdida del
sentido armónico de la vida, M. F. Sciacca lo
denomina “occidentalismo” y ubica su predominio desde el Iluminismo hasta nuestros
días. La inteligencia ya no se sostiene en la comprensión del ser y de los
entes; por el contrario, ha quedado reducida al cálculo, como lo expresó
claramente Hobbes. "El progreso del conocimiento consiste sólo en
perfeccionar los instrumentos de observación, y el instrumento que es la razón,
con nuevas técnicas de cálculo con respecto a la finalidad del disfrute de las
cosas, del dominio del hombre sobre ellas y sobre el hombre mismo: saber es
poder de dominio.”[15]
En el contexto
pre-moderno, la educación fue la actividad que no podía ser impedida por otras
personas, en cuanto fuese moralmente justa. Se asoció el derecho a la educación
con el ideal de una vida plena; la idea de formación humanística, tal como
llegó hasta el Renacimiento, es un ejemplo claro de ello.
En la Modernidad, por
el contrario, la educación se presenta como un artículo de un pacto social, que
fue concebido diversamente desde el punto de vista antropológico; Hobbes, tras
las experiencias de su tiempo, veía al ser humano como un lobo para todo otro
hombre.
En la misma trama de organización, se
estableció de hecho que la educación era lo que el estado había normado para el
ciudadano. La Modernidad encontró
solución a la formación del hombre sólo
por medio de un contrato social que marcó la absolutización de ciertos
rasgos del hombre y del ciudadano (el individualismo, especialmente), que hasta
hoy ponen en jaque a la sociedad hasta el riesgo de la propia destrucción.
En la Modernidad,
especialmente a partir del Iluminismo, se "sustituye el principio del ser
por el hacer, el principio de la Verdad por lo útil a lo que reduce la moral...
Pero el hacer sin el ser es 'nada', justamente porque está privado del
ser"[16].
La tesis central de
pensador italiano es que Occidente ha perdido su sentido de la vida, por
el oscurecimiento de la universalidad del pensar: lo útil es bueno, si se sigue
de la justicia; no si se antepone a ella o la ignora. Por otra parte, la
justicia no puede definirse sin el contexto de las relaciones interpersonales.
M.F Sciacca piensa a
Occidente inmerso en sí mismo, absolutizado en un inmanentismo que distorsiona
todos sus valores históricos. El Occidentalismo se expresan fundamentalmente
través de un individualismo egoísta, con una ética de acuerdos de pequeños
grupos ¿qué es de la ética si carece de universalidad? El egoísmo destruye la originalidad de las
personas y eleva nuevas discriminaciones.
El Occidentalismo está
inmerso en sus contradicciones: portentoso desarrollo de conocimientos y, al
mismo tiempo, profundo empobrecimiento cultural.
Fervorosa promoción de
la razón, y, al mismo tiempo, su reducción al puro cálculo que causa un severo
detrimento del cosmos[17].
Llamamos “formación” a
la progresiva humanización, en el sentido ya visto en Píndaro, que puede lograr
el ser humano. "Formarse es comprometer toda la
potencia de la propia voluntad en el transformarse,
es decir, en el formarse más allá de
sí y en lo que se quiere y a lo que se tiende"[18].
Pier Paolo Ottonello, discípulo de M.F.Sciacca,
da continuidad al pensamiento de su maestro:
“La `formación´ gira
sobre la realidad infinitamente rica de las relaciones interpersonales y es,
por lo tanto, mucho más difícilmente `dominable ´ y utilizable”[19].
El individualismo y el
egoísmo deforman al
hombre al poner todo en una perspectiva subjetiva (o “para sí”). Por el
contrario, el ser humano alcanza su forma de persona humana en el ser de las cosas: la verdad en la
inteligencia, el bien en la voluntad
Por ello, el decidir
quedar encerrado en el sujeto es permanecer informe, es decir, inerte para las
relaciones interpersonales, quedar clausurado en la propia finitud, en todo lo
circunstancial.
Olvidar el ser
objetivo equivale a intercambiar la inteligencia con el sentimiento; decir
“intersubjetividad” equivale -querámoslo o no- a reducir al sujeto a su estado
de ánimo. El sentimiento es fundamental en la constitución de la persona, pero
la totalidad no se confunde con los objetos conocidos, ni el objeto de la
inteligencia es el sentimiento.
Cuando se produce esta
confusión en la comprensión de la persona (en realidad ha devenido en “sujeto”)
se pierde la medida de la realidad: ser y nada terminan identificándose. Cuando
el ser ha caído en el olvido, sólo nos queda vivir e interpretar la vida
subjetivamente.
En este contexto, la
formación –en el mejor de los casos- queda reducida a pura retórica, como
aquella que Platón denostó en los sofistas.
IV. ¿Subjetividad o interioridad?
El principio de la
formación es la interioridad.
La persona humana es persona tanto por
su libertad cuanto por su interioridad. Como enseña san Agustín, en el interior
del hombre habita la verdad; por ello, san
Agustín, le aconseja al que duda que investigue el origen de esa duda
(¿cómo es posible que yo dude?): “Quienquiera que duda de la existencia de la
verdad, tiene en sí algo de verdadero, de lo que no puede dudar; y eso
verdadero es tal en virtud de la verdad"[20].
Por la desproporción
que se establece entre lo que cada uno de nosotros es y lo que amamos llegar a
ser la persona no encuentra término en su realización; a este logro perfectivo
lo llamamos desarrollo “integral”[21],
no sólo porque afecta a la persona humana, sino porque se alcanza en diálogo
con los demás (es persona “en relación”).
"La razón tiene
la ilusión de ser autónoma, de que el mundo le basta y, al bastarle, le
garantiza, en la inmanencia de la voluntad en el mundo y del mundo en la
voluntad, su propia autosuficiencia. Sólo el conocimiento y la voluntad de lo
finito crean así la ilusión de que, si el hombre no tiene al Ser infinito es,
no ya solo en relación al mundo, sino que es el todo"[22].
En razón de esta
distinción, M. F. Sciacca establece, entonces,
valores verticales y horizontales; la carencia
del hombre moderno-contemporáneo radica en que ha dejado de reparar (no
tiene consciencia) en el eje vertical y se encuentra anclado en la horizontal
de lo real inmanente.
Esta crisis se refleja
naturalmente en la pedagogía, pues se entenderá por “formación” su aspecto
horizontal, es decir, la didáctica de la ciencia y la adquisición de conductas
adaptativas. Falta la vertical: dar sentido a los propios actos.
Ottonello establece nítidamente
las consecuencias: “… la reducción idealística de la
interioridad a la inmanencia de la pura subjetividad pensante disuelve la
metafísica en la lógica…”[23].
¿Cuál es el camino,
entonces? Desde Platón sabemos que lo propio del hombre no es poseer la verdad
sino amar su posesión o, lo que es lo mismo, buscarla y, en esta búsqueda, trascender. El resto de la
acción pedagógica es importante, pero queríamos señalar el núcleo esencial o
dirección de la vida y, entonces, de la formación humanas[24].
En razón de lo dicho se considera contradictorio a la formación una
finalidad que resulte ajena al ser de la persona. Todo lo que no es persona es
para la persona, pero las personas son en el ser y por el ser que las trasciende; y, al reconocerlo, se
desarrollan como personas, en el respeto y en el don, consciente y libre.
Citábamos al inicio
los aforismos griegos “Conócete a ti mismo” y “Sé quien
eres”, con la idea firme de que “formación” significa recrear libremente la
persona que se es o que se quiere ser; significa “recibir” sólo en el sentido
muy restringido de “iniciar un proceso” y “recrear en la acción libre” –éste es su
sentido fuerte- la persona que se es y que se puede llegar a ser.
La persona no es solamente lo que aparece, la
apariencia: es interioridad, es conciencia de su ser y apertura al ser. En efecto,
nuestra impresión del otro se origina en la imagen que ese otro nos transmite o
en el modo en que la decodificamos, en lo más inmediato.
Educarnos significa superar la contradicción de
las apariencias: llegar a lo que es y como es, y entonces llegar a ser quien se
es.
Conciencia y
subjetividad. Podríamos afirmar que, en último término, las consecuencias del
método fenomenológico de Husserl estriban en la identificación entre conciencia
y subjetividad[25].
Se trata ahora de ver
más detenidamente esta identificación de cuño idealista y de ponderar sus
consecuencias, pues, hasta donde hemos visto, la noción de persona ha quedado
demarcada por los límites de la conciencia.
Esta delimitación y
subordinación ha sido puesta en juego por Descartes y extremada por Husserl: la
necesidad de dudar para alcanzar el rigor filosófico de la certeza. Sin embargo
¿la posibilidad del error justifica la duda universal?
Todos tenemos la
experiencia del error (tomar una cosa por otra, como lo expresa Platón en el Teeteto, 197 b-d)
y también de la rectificación, es decir, de experimentar la verdad de la cosa
acerca de la cual se había errado.
Sin una verdad que estuviera sobre el horizonte no sería posible
concebir el error, es decir, conocer la verdad de las cosas incluye la
experiencia de la duda y del error a través de la rectificación[26]:
confirmamos la verdad conocida como tal.
Esta vivencia particular del errar y del rectificar debe hacernos
reflexionar sobre las posibilidades del error antes que desencadenar un
escepticismo generalizado en la expresión según la cual se debe poner en duda
todo conocimiento.
Es a todas luces legítima preocupación de Husserl por estudiar “la
apariencia” y su método que intenta ponernos a
cubierto de las insuficiencias del conocimiento. Aquí seguimos la tematización
de la conciencia: el conocer resulta un fenómeno en el que no se crea sino que
se recibe; la conciencia, entonces, está abierta a la realidad y no puede sino
ponerle límites formales (la epokhé o die Einklammerung).
Es importante retomar este punto para aclarar que esta preocupación de
la conciencia por la apariencia confirma su decisión de “ir hacia" la realidad. Este movimiento
en el que el sujeto ordena como objeto lo conocido (una realidad que tiene
frente a él) implica un discernimiento ontológico (¿qué entidad tiene ese
objeto?), punto en el que siempre es posible experimentar, en su sentido fuerte,
la “conciencia de la rectificación”[27].
Debemos distinguir esto, que es posible afrontar sin contradicciones
desde el realismo, de su interpretación idealista (tal como la vimos en
Husserl); en efecto, las condiciones cambian abruptamente si lo expresado hasta
aquí tiene como condición de posibilidad la tautología de la conciencia
(entendiéndola aquí como “logos de sí
mismo”).
En el sujeto que conoce, el autoconocimiento sólo se produce de manera
refleja; esto significa dar su real dimensión al papel activo del sujeto en el
conocimiento. Ambos juicios son hechos por el entendimiento, sencillamente
porque no hay otra facultad que pueda realizarlos; si suspendemos el juicio,
los datos sensibles permanecen completamente neutros (E. Kant lo pone en estos
términos: “Puede pues decirse
justamente, que los sentidos no yerran; mas no porque siempre juzguen
exactamente, sino porque no juzgan. Por eso la verdad, como el error, y por
ende la ilusión, como seducción a este último, están sólo en el juicio, es
decir, en la relación del objeto con nuestro entendimiento”[28]).
Con ello se muestra que la conciencia resulta principalmente heterológica (logos
de lo diverso de sí) y sólo tautológica de manera secundaria, pues la
conciencia parte de la determinación de los sentidos, es decir, que la
conciencia conoce a partir de ellos y con posibilidad de confrontar con ellos.
La evidencia de los hechos que la conciencia recaba es, en efecto,
absoluta, pero, en tanto que ella misma no es absoluta, la evidencia mencionada
pueden no satisfacerla[29]:
“En la vivencia de
estar ante lo evidente no hay margen para la libertad”[30].
Ésta es la tesis central: la veracidad de los sentidos
corpóreos radica en que informan a la consciencia aquello que ellos mismos
sienten. Si hay una falsedad en los datos de los sentidos (el remo que se ve
torcido en el agua), ésta se corrige porque lo que se había apreciado no correspondía
con la realidad.
Mediante el giro “conciencia inadecuada”, Millán Puelles se refiere a la imposibilidad de configurar una
representación completa de sí misma de la subjetividad.
Si bien aquello es posible teóricamente, debemos tener en
cuenta que la distinción entre conciencia y subjetividad implica límites a la
autoconciencia, puesto que lo que constituye la subjetividad no es igualmente
diáfano como la conciencia para sí misma.
Esto es lo que se menta cada vez que se menciona
“conciencia inadecuada”: la no correlación entre subjetividad y conciencia.
Sólo en sede idealista procede identificar subjetividad y conciencia, para que
la autoconciencia pudiese considerarse adecuada.
Hasta aquí hemos presentado la conciencia como “facticidad”, como capacidad de ser afectada por un factum. Sin
embargo, la subjetividad no puede quedar reducida a la mera afectación, sino
que debemos plantear la interrelación entre el dato físico y el conocimiento
propiamente dicho.
“El sentido de la
inadecuación de la conciencia solamente es viable en relación a
la subjetividad en que se dan hechos conscientes y hechos
extra-conscientes. Lo que no cabe, como contrasentido inadmisible, es
que la conciencia sea ‘inadecuada respecto de sí misma’. Por lo tanto, al ser
necesario hablar de su inadecuación, también resulta por completo
imprescindible el referirla a la subjetividad como a algo que no se agota
en ser conciencia y que, justo por ello, puede tener una conciencia imperfecta
de sí mismo”[31].
La “conciencia
inadecuada” pone de manifiesto primeramente que la subjetividad no es
completamente transparente a sí misma. Si la mencionada inadecuación se da
propiamente en la reflexión, se verifica, entonces, que la subjetividad asume
en único acto que tanto se encuentra determinada por los datos de los sentidos
cuanto su condicionamiento a las vivencias que le acontecen[32].
Lo que la inadecuación nos
señala –en los términos de Millán Puelles- es la
imposibilidad hasta el momento de describir el enlace entre hechos naturales y
hechos de conciencia. Esta carencia es la debilidad fundamental del llamado
“naturalismo”: la conciencia dejar de ser extraña a sí misma sólo cuando
conoce; esto es contradictorio, pues la conciencia para ser tal requiere
auto-posesión[33].
No puede darse una sospecha del
error de la vivencia si no existiera a la vez la experiencia de la posesión de
la verdad; en efecto, no puede resultar definitiva la experiencia de vivencias
inauténticas para fundar la certeza, por el contrario para fundar la idea de
posibilidad de vivencias inauténticas, hace falta que haya alguna experiencia
que verdaderamente la sostenga. En razón de ello se dice que el hombre es un
animal ontológico; “animal” o subjetividad de un viviente dotado de cuerpo.
El espacio de la interpersonalidad. Hasta aquí hemos
seguido la indagación de la fenomenología que hace centro en la conciencia. En
este punto, a partir de las intuiciones fundamentales de X. Zubiri
en Inteligencia Sentiente[34],
nos aplicamos a comprender la evidencia
que la conciencia recupera como hechos.
A diferencia de
Husserl y Descartes, Zubiri
radica la visión de la persona como hecho inconcuso. En razón de lo cual no se trata de una
construcción racional sino de un análisis de hechos, lo cual implica el método
fenomenológico, aunque en su variante no subjetivista[35]: no la epojé
sino descripción física e intelección.
Conciliar sistema
metafísico y personalismo lejos de ser una contradicción en los términos es el
camino de una acertada categorización de la realidad personal.
La soledad de la
existencia humana no significa romper amarras con el resto del universo y
convertirse en un eremita intelectual o metafísico: la soledad de la existencia
humana consiste en un sentirse solo, y, por ello, enfrentarse y encontrarse con
el resto del universo entero.
Primero Platón (Fedón 244 a) y luego
Aristóteles (Problemata
XXX, 1) dan un lugar de importancia a la melancolía en los procesos del
pensamiento; Aristóteles habla de una melancolía por exuberancia de salud katà physin, no de
la melancolía enfermiza del bilioso katà nóson[36].
Nace la filosofía de
la melancolía, esto es, en el momento en que, en un modo radicalmente distinto
al cartesiano, se siente el hombre solo en el universo. Mientras esa soledad
significa, para Descartes, replegarse en sí mismo, y consiste, para Hegel, en
no poder salir de sí, es la melancolía aristotélica justamente lo contrario[37].
Si ya el origen mismo
del filosofar es visto como un posibilitar y un abrirse a la realidad radical
de los otros, veamos cómo se concreta en la noción de persona. Hay autores que
han usado la relación para conceptuar la persona como Buber
y Lèvinas, pero esta conceptuación corre siempre el
peligro de leerse como reformulación de la categoría clásica del accidente
relación[38].
Los entes materiales
tienen una realidad propia: son, pero no saben que son; esto que se dice de ellos se aplica con los
restantes entes: se encuentran en relación con ellos, pero no saben que son
entes. El mundo material carece de interioridad, pues no está presente a sí
mismo[39].
Los animales que
poseen conocimiento sensitivo, captan el ser del sujeto y de los objetos en
cuanto tienen de fenoménico, sin des-cubrir el ser, que es inasible a los
sentido en cuanto inmaterial. Viven sin conciencia ni de la inmanencia ni de la
trascendencia.
Sin esta aprehensión
formal del ser trascendente, carecen también de interioridad consciente (no
descubren que cada uno es un yo)[40]. A esto
denominamos oscuridad completa de sí y de las cosas.
El ser preocupa sólo
al ente capaz de develarlo, de aprehenderlo conscientemente, es decir, a la persona.
Los entes materiales
están regidos por leyes necesarias (físicas, químicas, biológicas e
instintivas); al obrar de acuerdo con estas leyes (no podrían no hacerlo)
consiguen el fin al que están ordenados.
En el mundo material
todo funciona bien, pero sin posibilidades ni de cambio ni de progreso (las
abejas hacen admirablemente su panal y la miel, pero no son capaces de
modificarla).
El mundo oscuro de la
materia es transformado e iluminado por el conocimiento de la persona.
Con la inteligencia el
hombre de-vela el ser oculto de las cosas al introducirlo en su acto, en cuya
luz comienza como a existir de nuevo, intencionalmente, como distinto del ser
del sujeto inteligente.
En el acto
intelectivo, el ser de las cosas está presente en la luz de su propia
inteligibilidad y por eso es aprehendido como ser otro, como objeto.
En la unidad del acto
de la inteligencia están intencionalmente presentes el ser del objeto frente al
ser del sujeto: una unidad transparente del acto, que implica una dualidad
ontológica.
La inteligencia que se
apodera del ser de las cosas se apodera a la vez de su propio ser. Sólo la
persona sabe que las cosas son y que ella es. Sólo el ser espiritual, la persona, es capaz
de iluminar o actualizar la verdad del mundo material, poniéndola a la luz de
un acto inmanente espiritual[41].
Precisamente por el
conocimiento intelectivo, la persona o espíritu finito logra superar su
finitud.
El Ser infinito está
identificado con el infinito Entender. En el
Acto puro de Dios, Ser y Entender son realmente idénticos y por eso,
todo el infinito Ser o verdad está entendido y expresado en Acto por el
Entender infinito; y, a la vez, todo este infinito Entender es Verdad
entendida, Expresión infinita de la infinita Verdad. Nada de ser queda sin ser entendido
y nada de entender sin su ser o verdad entendida.
Participación de este
infinito Ser y Entender, los seres finitos llevan la impronta de esa Verdad
entendida divina, es decir son verdaderos o inteligibles[42].
VI. Conclusiones
Hemos articulado nuestro
trabajo en tres puntos: a) la naturaleza de la pregunta ¿quién soy? b) las
condiciones en que el yo, luego de reconocer quién es, puede alcanzar a cumplir
con la máxima “sé quien eres”, es decir, la educación
y, por último, el punto c) conciencia y subjetividad, que pone en análisis la
crisis y apertura del sujeto moderno.
La persona humana no
se reduce a la naturaleza humana: persona no equivale a ser hombre o mujer,
sino que poseer una naturaleza masculina o femenina es propio de la persona. El
hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero no la persona, aunque disponga de
ellas.
La persona es la
cumbre de la realidad, aunque esta realidad es íntima (interior) a cada uno y
un gran misterio. Se presenta así una
nueva faceta del aforismo “Conócete a ti mismo”: no se trata sólo del intento
de la persona por saber quién es sino principalmente qué está llamada a ser
(qué seremos si somos nosotros mismos).
γένοι᾽ οἷος ἐσσὶ μαθών “Sé
como eres, habiéndolo aprendido” [43]
La educación debería abrir paso para el tránsito entre
quién soy y el cómo seré si llego a ser quien soy.
El uso del condicional
simple (“debería”) del breve párrafo anterior resulta del análisis que
promediando el siglo pasado hizo M.F. Sciacca y que
hemos seguido en nuestra exposición: se ha perdido el sentido armónico de la
vida, por el oscurecimiento del pensar. A esa pérdida del sentido armónico
de la vida, el autor italiano lo denomina “occidentalismo” y ubica su
predominio desde el Iluminismo hasta nuestros días.
La inteligencia ya no
se sostiene en la comprensión del ser y de los entes; por el contrario, ha
quedado reducida al cálculo; citando a Hobbes quedaba claro que el conocimiento
no es más que perfeccionar instrumentos y, entre ellos, el más importante, la
razón.
En continuidad con la
lectura de Antonio Millán Puelles, en la obra antes
citada, afirmamos que el conocimiento que no llega al ser será un saber
frustrado, en cuanto no alcanza su propia perfección, pues se detiene en la
no-inteligibilidad de las cosas y, por lo tanto, permanece en el no-fundamento.
Este agotamiento del
empuje ontológico implica que el conocimiento se restringe, por fuerza, al
dominio de lo individual; pero el conocimiento que no es de lo otro, es decir,
que no deviene aquello que conoce, no es propiamente conocimiento sino
identificación consigo mismo: mismidad transformada en objeto.
El objeto absoluto no
tiene un modo de ser conocido inmediato (la intuición) de orden intelectual,
porque el objeto es sensible. Por esta razón, nos detuvimos en la consideración
del ser sensible.
Llamamos ser sensible
al que es conocido por los sentidos y que, de algún modo, es semejante a ellos;
los sentidos, en efecto, son tenidos por mensajeros fieles para desarrollar una
imagen del mundo físico-sensible: allí hay un ser sensible que resulta
accesible al conocimiento de los sentidos. Sin embargo, esto no implica afirmar
que el ser sea sólo sensible: hasta aquí sólo decimos que se requiere de un
grado del ser anterior a la aprehensión de los sentidos.
Éste parece el límite
de la intuición cartesiana: sólo podría llegar hasta donde el ser es sensible,
pues ignoramos si esta intuición continúa siendo tal más allá de los sentidos.
Por ello, no sería una intuición fallida sino limitada.
Lo que se demarca aquí
es la intencionalidad que está en tensión hacia el conocimiento de la cosa; sin
embargo, con el mismo énfasis, debemos decir que siempre hay un movimiento opuesto
al que está tensionado el objeto (la alteridad): una mismidad de la que la
inteligibilidad no sale completamente.
Para la mentalidad
griega (y éste es el gran aporte que recibimos mediante el helenismo y el
medievo), el ser es lo inmediato, lo presente como fundamento de la totalidad,
aunque no necesariamente implicado
cognoscitivamente.
* Departamento de Filosofía,
Universidad Panamericana (Campus Aguascalientes) Mexico.
VII. Bibliografía
Fuentes
Las obras de Santo Tomás se citan de CORPUS THOMISTICUM,
Subsidia studii ab Enrique Alarcón collecta et edita in http://www.corpusthomisticum.org. Las obras de San Agustín se citan de AUGUSTINUS
HIPPONENSIS, Opera Omnia,
in http://www.augustinus.it/latino. Las obras de Platón
y de Píndaro se citan de Perseus Digital
Library, http://www.perseus.tufts.edu. |
ANTÚNEZ CID, J.; La intersubjetividad en Zubiri,
Roma, Editrice Pontificia Universita’
Gregoriana, 2002.
CHOZA, J.; Manual de Antropología Filosófica,
Madrid, Rialp, 1988.
DERISI, O. N.; Ser y entender. Escisión y reencuentro de la
unidad originaria en http://200.16.86.50/digital/Derisi/Derisi-articulos/derisi122.pdf.
GUARDINI, R.; Mundo y persona, Madrid, Encuentro,
2000.
HEGEL, G.W.F.; Grundlinien der Philosophie des Rechts, oder Naturrecht und
Staatwissenschaft im Grundrisse, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1971
(1986).
HEIDEGGER, M., Kant e il problema
della metafisica, Roma – Bari, Laterza, 1981.
JASPERS, K., il medico nell'età della tecnica,
Milano, Raffaello Cortina, 1991.
KRAFT, J.; Von Husserl zu Heidegger. Kritik der phänomenologischen Philosophie,
Frankfurt am Main, Verlag “Öffentliches Leben”, 19573 (1932)
MacINTYRE,
A.; After Virtue. A Study in Moral
Theory, Indiana, University of Notre Dame Press, 20073.
MILLÁN PUELLES, A.; La estructura de la subjetividad,
Madrid, Rialp, 1967.
OTTONELLO,
P. P. “Comunicazione e formazione” en
Rivista Rosminiana,2006,
Fasc. III.
; Sciacca e Agostino, Studi Sciacchiani, 2005, Anno, XXI, nº 1.
PERETÓ RIVAS, R.; Aristóteles y la melancolía. En torno a Problemata XXX,1, Conferencia
leída durante las Jornadas Aristotélicas, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 14-16 de septiembre de 2010.
POLO, L.; ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el mundo,
Madrid, Rialp, 1991.
;Sobre a existencia cristiana, Pamplona, EUNSA, 1996.
ROMANO, A.; “Derecho y relacionalidad intersubjetiva” in
http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/12926/1/PD_36_10.pdf
SAN MARTÍN, J.; La
fenomenología de Husserl como utopía de la razón, Barcelona, Anthropos, 1987
SANGUINETI, J.J.; Introduzione alla Gnoseologia
, Firenze, Le Monnier, 2003.
SCIACCA, M. F. El oscurecimiento de la inteligencia. Madrid,
Gredos, 1973.
Herejías y verdades de nuestro tiempo. Barcelona, Miracle, 1958.
Perspectivas de nuestro tiempo. Bs. As., Troquel,
1958.
Gli arieti
contro la verticale, Milano, Marzorati, 1969.
Fenomenología del
hombre contemporáneo, Bs. As., Asociación Dante Alighieri, 1957.
Studi sulla
filosofia moderna, Milano, Marzorati, 1966.
Sant’ Agostino.
Brescia,
Morcelliana, 1949.
L'interiorità
oggettiva. Palermo, L' Epos, 1989.
La filosofía y el
concepto de filosofía, Bs.As., Troquel, 1962.
La libertà e il
tempo, Milano, Marzorati, 1965
Metafísica, gnoseología y moral, Madrid, Gredos, 1963.
ZUBIRI, J.; Inteligencia
Sentiente. Inteligencia y Realidad. Madrid, Alianza
Editorial, 19843.
_________________________________________________________
©THÈMES, revue de la B.P.C., I/2015, mise en ligne le 20 mars 2015
[1] Para los datos del problema Cf. CHOZA, J.; Manual de Antropología Filosófica, Madrid, Rialp,
1988, en especial pp. 303-340.
[2] Dos textos guían nuestra reflexión en ese punto: POLO, L.; ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el mundo,
Madrid, Rialp, 1991, especialmente pp. 63-74 (“El
sistema humano: las manos, el rostro, la cabeza) y GUARDINI, R.; Mundo y persona, Madrid, Encuentro,
2000.
[3] HEIDEGGER, M., Kant e il problema della
metafisica, Bari – Roma, Laterza, 1981, p. 181.
[4]JASPERS, K.,
il medico nell'età della tecnica, Milano, Raffaello Cortina, 1991, p. 68.
[5] “Central to these was and is the claim
that it is only possible to understand the dominant moral culture of advanced
modernity adequately from a standpoint external to that culture. That culture
has continued to be one of unresolved and apparently unresolvable moral and
other disagreements in which the evaluative and normative utterances of the
contending parties present a problem of interpretation”. MacINTYRE,
A.; After Virtue. A Study in Moral
Theory, Indiana, University of Notre Dame Press, 20073 (Prologue
After Virtue after a Quarter of a Century).
[6] De vera religione 39, 72: “no quieras salir
fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el interior del hombre reside
la verdad”
[7] PLATÓN, Menón,
81 a - 86a.
[8] PÍNDARO, Pítica II, v. 71.
[9] POLO, L.; Sobre a existencia
cristiana, Pamplona, EUNSA, 1996, p. 262. Aprovechamos ampliamente los
materiales y reflexiones aquí presentados.
[10] Cf. SANTO TOMÁS, De Veritate, q. 1 a. 1 arg. 2.
Si bien es un adagio de la Escuela, santo Tomás ha establecido aquí la
interpretación que definió su significado.
[11] HEGEL, G.W.F.; Grundlinien der Philosophie des Rechts, oder
Naturrecht und Staatwissenschaft im Grundrisse, Frankfurt am Main, Suhrkamp
Verlag, 1971 (1986), S. 11: Was
vernünftig ist, das ist wirklich; und was wirklich ist, das ist vernünftig.
[12] De anima II, 2.
[13] Summa Theologiae C. 18 a.2
[14] Ibidem I, q. 18.
[15] SCIACCA, M. F. El
oscurecimiento de la inteligencia. Madrid, Gredos, 1973. p. 114, de donde
tomamos la cita de Hobbes. Del mismo autor: Herejías y verdades de nuestro tiempo. Barcelona,
Miracle, 1958
y Perspectivas de nuestro
tiempo. Bs. As., Troquel, 1958.
[16] SCIACCA, M. F. Gli arieti contro la
verticale, Milano, Marzorati, 1969, p. 126, 151.
SCIACCA, M. F. Fenomenología
del hombre contemporáneo, Bs. As., Asociación Dante Alighieri, 1957, pp.
10-11.
[17] SCIACCA, M. F. El oscurecimiento de la inteligencia., op.cit., p. 102.
[18] SCIACCA, M. F. Studi sulla filosofia
moderna, Milano, Marzorati, 1966, p. 34.
[19] OTTONELLO, P. P. “Comunicazione e formazione” en Rivista Rosminiana,2006, Fasc. III, p. 218.
[20] De
vera religione, 39, 73. Cf. SCIACCA, M. F. Sant’ Agostino, Brescia, Morcelliana, 1949.
p. 173. SCIACCA, M. F. L'interiorità oggettiva. Palermo, L' Epos, p. 51
[21] SCIACCA, M. F. L'ora di Cristo. o. c., p. 21.
[22] SCIACCA, M. F. La filosofía y el concepto de filosofía. O. c., p. 80. SCIACCA, M. F. La libertà e
il tempo. O. c., p. 67-68.
[23] OTTONELLO, P. P.; Sciacca e Agostino, Studi Sciacchiani, 2005, Anno, XXI, nº 1, p.
10.
[24] SCIACCA, M. F. Metafísica, gnoseología y moral, Madrid, Gredos, 1963, p. 206
[25] Tenemos presente el primer texto, hasta donde sabemos, que
articula una visión prudentemente
crítica de la fenomenología KRAFT, J.; Von Husserl zu Heidegger. Kritik
der phänomenologischen Philosophie,
Frankfurt am Main, Verlag “Öffentliches Leben”, 19573 (1932)
[26] “Si la subjetividad se ve a si propia como posible víctima de
una apariencia, es porque ya le consta que esa posibilidad se ha actualizado;
es decir, porque en el hecho de rectificarse ha tenido la experiencia de
sí misma como efectivamente seducida por lo que en él se trasciende”. Millán Puelles, A.; La
estructura de la subjetividad, Madrid, Rialp,
1967, p. 16.
[27] Ibidem p. 29.
[28] Cf. Crítica de la razón pura,
(dialéctica trascendental, Introducción).
[29] Millán Puelles, A.; op.cit.,
p. 22
[30] Ibídem p. 40.
[31] Ibidem p. 127.
[32] Ibidem 117-118.
[33] “La nostra conoscenza abituale di noi stessi è concomitante
con
il nostro occuparci delle cose del mondo o di altre persone”. Sanguineti, Introduzione alla Gnoseologia , pp. 149-151.
[34] Inteligencia
Sentiente. Inteligencia y Realidad. Madrid,
Alianza Editorial, 19843.
[35] Con ello se quiere señalar
que su finalidad es distinguir entre las realidades que se exhiben por sí
mismas y aquellas que requieren la mediación de otras.
[36] PERETÓ RIVAS, R.; “Aristóteles y la melancolía. En torno a Problemata XXX,1”, Contrastes,
XVII (2012), pp. 215 - 227
[37] ANTÚNEZ CID, J.; La
intersubjetividad en Zubiri, Roma, Editrice Pontificia Universita’
Gregoriana, 2002, pp. 166-168.
[38] Ibidem
[39] DERISI, O. N.; Ser y
entender. Escisión y reencuentro de la unidad originaria en http://200.16.86.50/digital/Derisi/Derisi-articulos/derisi122.pdf
[40] S.Th., I, 75, 3 y SCG, II, 82.
[41] De Ver., 2, 2; S. Th., I, 14, 1.
[42] DERISI, O. N.; op. Cit.
[43] PÍNDARO, Pítica II, v. 71 (S. VI a. C.)